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En 2008, aún no existía Turquía -en términos capilares- y los médicos capaces de hacer bien un implante, literalmente, «se contaban con los dedos de una sola mano», recuerda, «los demás no dominaban la técnica del injerto y el peligro de acabar con un resultado muy artificial era altísimo, hay verdaderas desgracias de aquella». Y más de una se dio cuenta de ese detalle demasiado tarde, al verse sin ese vestido que le hacía escotazo, desnuda delante del espejo del baño iluminada por un fluorescente blanco parpadeante.